Cuando hablamos de religiosas siempre nos lleva a controversias ya que, como en todo, cada persona interpreta y actúa conforme a su leal entender y saber lo que la propia religión dice. Nuestra personal creencia en un Dios y en cómo llevar a cabo los lineamientos que una religión dicta, se ve influenciada por muchos factores, desde el lugar donde nacimos, la comunidad y cultura donde vivimos, la familia que nos tocó, sus costumbres y su particular forma de ver la vida y de llevar la religión. Por otro lado está nuestra propia personalidad, si tendemos o no a preguntarnos o cuestionar lo que se nos dice que hay que creer y como hay que actuar, y muchos otros factores más.
El factor religioso se ha ido manifestando de una manera imponente en los últimos años, para bien y para mal.
¿Qué es lo que caracteriza a esta patología religiosa? Voltaire, en su Tratado sobre la tolerancia, lo definió como “una locura religiosa, sombría y cruel; es una enfermedad que se contagia como la viruela”. El fanatismo se manifiesta como una exaltación o entrega apasionada y desmedida a una idea o a unas convicciones consideradas como absolutas y que, por lo mismo, hay que imponerlas a los demás por cualquier medio. El fanático es terco y obcecado, intolerante y agresivo, rígido e incapaz de diálogo, con una visión distorsionada de la realidad y una radicalización ideológica muy intensa.
La raíz del fanatismo religioso es la angustia del hombre ante la presencia del Misterio (Dios), que tan bien ha descrito Sören Kierkegaard. La religiosidad auténtica supera esta angustia mediante la fe y la confianza que abre al hombre ante Dios, en total disponibilidad para hacer su voluntad, percibida ésta siempre “con temor y con temblor” mediante una revelación. El hombre auténticamente religioso nunca tiene una seguridad absoluta de “conocer” con exactitud la voluntad de Dios. Todos los grandes hombres de la historia de las religiones han sentido ante la abrumadora presencia de Dios, tal es el caso de Moisés, Isaías, Jeremías y el mismo Jesús ante el drama de su pasión. Esto quiere decir que el Misterio divino nunca es totalmente comprensible o abarcable por el entendimiento y la voluntad humanos, tan limitados e imperfectos.
En cambio la actitud fanática, intenta superar la angustia rechazando la fe, la confianza y renunciando a una entrega absoluta a Dios. El fanatismo reemplaza a la fe y maneja la inseguridad ante la presencia imponente de Dios con una actitud de dominio y de control usurpando el lugar de Dios. En realidad, los fanáticos talibanes rechazan a Alá aun cuando lo invoquen y usurpan su voluntad, imponiendo tercamente sus propios intereses de poder con una fachada religiosa. Se trata de una perversión del Islam al modo de las perversiones del cristianismo que se han dado en Occidente con las recurrentes luchas e intolerancias religiosas.
La insoportable angustia producida por la usurpación del lugar de Dios, es resuelta por el fanático deslizándose en un proceso de pérdida de la fe auténtica y de fanatización desesperada. Y cede a la tentación de convertirse a sí mismo en fuente de verdad y felicidad incondicional para los demás hombres, haciéndoles creer que obedeciendo sus dictados están obedeciendo la voluntad de Dios. Cuando el fanatismo se exacerba llega a arremeter pasionalmente contra toda oposición y cubre un amplio abanico de posibilidades, degenerando en la violencia psicológica, moral, espiritual e, incluso, física contra aquellos que no se atienen a su voluntad, e incluso contra sí mismo cuando descubre su limitación, imperfección e impotencia, llegando a desencadenar el terrorismo bajo una forma religiosa.
Opino que el fanatismo religioso es un fenómeno que, cuando combina con otros factores de carácter económico, político e ideológico, puede tener consecuencias desastrosas. Este puede ser un ingrediente muy presente en algunos de los movimientos terroristas que se han puesto en el centro de la escena mundial, de ahí que sea de mucho interés el identificar y caracterizar la naturaleza de estas patologías religiosas, capaces de las acciones más perversas en el nombre de Dios. ( 1 )
Está claro que vos podes seguir una religión, no hay nada de malo en eso, incluso practicar sus ideales. Lo que pienso es que deberías evitar es caer en el fanatismo, y para ello podés empezar preguntando a otra gente si te ven como un fanático. O simplemente, vuelve a leer el primer punto de este artículo para ver si, siendo sincero contigo mismo, has notado algunas de esas características cuando te han hablado acerca de tu religión (ira, violencia verbal o física, tratar de "convencer" a los demás tus ideas, etc.).
Anda a tu iglesia, practica tu religión, pero no te limites a ella: existen otras actividades que hacer a lo largo del día.
En definitiva, sé vos mismo, elige libremente la religión que más se adapte a tu pensamiento, pero mantente dispuesto a escuchar y debatir otras ideas, y sobre todo, sin tratar de imponer tus creencias bajo ninguna circunstancia.
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